Sant Jordi "para solteros"

Hace unas semanas leí un artículo del Periódico en el que hacía referencia a la novedad de un "stand" de Sant Jordi para solteros. Personalmente, entiendo que las rosas de Sant Jordi nunca han necesitado una justificación romántica, siendo un detalle que históricamente se ha tenido con compañeros de trabajo o amigos y no sólo ha ido vinculado a la pareja romántica, en el sentido literal de la palabra. Por lo tanto, proyectar una campaña publicitaría, basándola en el estado sentimental de una persona, ya me parece un error en sí mismo por excluyente, que simplemente por el hecho de pretender ser inclusiva con los que estamos solteros, se puede interpretar como una exclusión de este colectivo per sé.
Aceptamos y respetamos todo tipo de identidades de género, incluso las más inverosímiles, no obsta, parece que la libertad de no estar en pareja, o simplemente la de aceptar que, cualquier modelo que a dos o más personas, desde la sinceridad y el respeto, les parezca aceptable es (o era) excluyente para celebrar la festividad de Sant Jordi. En definitiva, dicho artículo me ha llevado a las reflexiones que aquí os comparto, siempre, por supuesto, desde el respeto a todas las opciones.
La forma en que entendemos las relaciones humanas ha evolucionado profundamente. A medida que la sociedad ha dejado atrás muchos de los formatos tradicionales sobre el amor, el matrimonio y la convivencia, ha emergido con fuerza una idea antes marginal: la libertad de tener relaciones significativas sin estar "en pareja" en el sentido clásico. Esta nueva visión no implica la negación del amor o del deseo de conexión, sino una reconfiguración consciente del modo en que las personas eligen vincularse, priorizando la autonomía, la autenticidad y el bienestar personal.
Durante décadas, la narrativa dominante ha situado la pareja monógama, romántica y conviviente como el ideal afectivo por excelencia. El cine, la literatura, las celebraciones sociales y la educación emocional han girado alrededor de ese centro. Sin embargo, en la actualidad, cada vez más personas, especialmente en generaciones jóvenes y adultas contemporáneas, están reclamando un espacio legítimo y visible para otras formas de afecto: relaciones sin etiquetas, vínculos intermitentes pero profundos, conexiones íntimas sin compromiso formal. En este nuevo paisaje, elegir no tener pareja no es una carencia, sino un acto de presencia plena: una forma de afirmarse en el mundo sin dejar de amar, de compartir, de cuidar.
La libertad de no estar en pareja implica reconocer que el ser humano es complejo y múltiple, y que sus necesidades emocionales, sexuales o de compañía no siempre encuentran su forma ideal en el molde de la pareja tradicional. Existen hoy quienes cultivan relaciones duraderas sin convivir, quienes aman a más de una persona con transparencia, quienes disfrutan de la soltería mientras mantienen relaciones emocionales significativas con amistades o vínculos intermitentes. Esta diversidad no responde a una moda, sino a un cambio profundo en la manera de entender la libertad individual y la madurez emocional.
Esta elección no está exenta de tensiones. La sociedad todavía penaliza a quienes se salen del guion. Amar sin pertenecer, querer sin poseer, acompañar sin depender: estas son las nuevas formas de libertad que están floreciendo, no como negación de la pareja, sino como ampliación del amor.
En este sentido, la libertad de no tener pareja no es una renuncia al amor, sino una forma de cuidarlo. Es elegir con quién compartir el silencio, el deseo, las preguntas o incluso la distancia, sin necesidad de encajarlo todo en la forma preestablecida de "la pareja". Es una apuesta por relaciones más honestas, más libres y, en muchos casos, más sanas.
Porque al final, lo importante no es estar en pareja, sino estar en paz. Y eso, en este tiempo, es una forma muy valiente y muy bonita de amar.