Emilia-Romagna, no sólo coches

Cada año, les dejo a mis hijos un destino a elegir para pasar unos días juntos. Una de las ocasiones me pidieron ir a visitar la sede central y las instalaciones de Ferrari, en Maranello (Italia) puesto que uno de los dos, es muy fan de la F1. Sinceramente, siempre me gusta viajar a Italia porque sé que haciéndolo, tengo dos pasiones garantizadas, arte y comida, pero en esta ocasión sólo me esperaba encontrar lugares relacionados con el mundo del motor, pues no iba sino a la región que denominan el valle del motor.  Pues nada más lejos de lo que pudiera imaginar... 

Sassuolo, en el corazón de la Emilia-Romaña, no solo vibra con la energía de la cerámica y la industria, sino que guarda en su núcleo pequeños mundos detenidos en el tiempo. Esta fotografía es testimonio de ello: un rincón donde la piedra, el agua y la historia se abrazan en un susurro antiguo.

Lo que ves es parte del Palazzo Ducale di Sassuolo, un palacio barroco que fue residencia estival de los duques de Este, y lo que la imagen captura con solemnidad es su ninfeo o galería de agua. Este lugar, que parece salido de un sueño mineral, era un jardín de delicias, donde el sonido de las fuentes, los reflejos del agua y la arquitectura caprichosa buscaban transportar a sus visitantes a un mundo de maravilla.

Los muros rugosos de piedra, casi escultóricos, se alinean a ambos lados del canal como ruinas deliberadas, diseñadas para evocar la antigüedad clásica. La simetría impone silencio, y el estanque central, con su agua quieta que refleja el cielo y las fachadas como un espejo del alma, convierte el lugar en una especie de templo laico, donde la belleza fue concebida como forma de poder.

Sassuolo, más allá de su rostro moderno, aún resguarda este tipo de secretos: arquitecturas que no solo se construyeron con manos, sino también con deseo. Y es allí, en esos huecos donde alguna vez fluía el agua y la vida, donde uno puede detenerse, respirar hondo y entender que, a veces, el arte es una forma de eternidad.