Museo de Carrozas fúnebres

No tenía por costumbre repetir museos, ni tampoco destinos turísticos, si bien esto último está cambiando. Respecto a los museos, podría decir que esté se incluiría en una de mis excepciones. Lo descubrí por casualidad una nit dels museus de hace muchos años ya, pero desde entonces, al menos una vez al año, me gusta visitarlo. Es muy pequeño y se puede recorrer muy rápido, si bien recomiendo la visita guiada.
Se trata de un lugar donde la belleza y la muerte se dan la mano en un diálogo solemne y sorprendentemente poético. Situado junto al Cementerio de Montjuïc, este museo no solo conserva vehículos antiguos, sino que custodia la memoria de una época en la que el último viaje de una persona era también una ceremonia de arte y respeto.
Las carrozas, vestidas con maderas nobles, herrajes brillantes y detalles casi teatrales, parecen dormidas en un sueño oscuro y elegante. Algunas, de estilo modernista, parecen obras salidas de un cuento gótico; otras, más sobrias, hablan de épocas de recogimiento y austeridad. Cada una, sin embargo, tiene alma: son esculturas sobre ruedas, testigos del modo en que antaño se concebía la despedida como algo digno de belleza, de rito y de arte.
Caminar entre ellas es como adentrarse en un tiempo donde la muerte no se temía, sino que se ritualizaba con dignidad. El silencio del museo está lleno de ecos invisibles, de historias sin voz, y de una extraña paz. Porque en este espacio único, Barcelona no muestra solo su historia, sino su humanidad: la que reconoce que el final también puede ser bello, y que hasta el último trayecto merece ser acompañado por la nobleza del arte.
Personalmente, si no lo conoces, es uno de esos lugares que no he encontrado en otro lugar del mundo. Si vives en Barcelona, no tienes excusa para visitarlo y pasear entre años de historias, emociones y tragedias.