Los trabuccos

Un trabocco (o trabucco, en italiano) es mucho más que una antigua máquina de pesca: es un poema de madera suspendido entre el cielo y el mar. Estas estructuras centenarias, que salpican las costas rocosas del Adriático, especialmente en regiones como Abruzzo y Puglia, parecen surgidas de un sueño marinero, con sus brazos extendidos como alas sobre las olas, sosteniendo redes que esperan el paso silencioso de los peces.

Construidos sobre pilotes de roble o castaño, los trabucchi se adentran en el agua como pequeños embarcaderos estáticos, resistiendo el paso del tiempo, las tormentas y la sal. Sus poleas crujen al amanecer, y el viento juega con sus cuerdas como si fueran instrumentos de un arpa marina. Cada estructura es única, construida con el saber transmitido de generación en generación, en un diálogo constante con el mar.

Pero además de su función pesquera, el trabocco es también un símbolo: de ingenio humano, de paciencia, de comunión con la naturaleza. Hoy muchos se han transformado en restaurantes donde puedes cenar con los pies casi rozando el agua, mientras el sol cae en fuego sobre el horizonte y las redes cuelgan como velos de seda entre los mástiles de madera.

Estar en un trabocco es como habitar una frontera sutil entre tierra firme y la promesa infinita del mar, entre lo que fue y lo que aún susurra el viento.

Una de las estructuras que, por lo peculiar y genuino, más me han sorprendido. Es imposible no apreciar la belleza, tanto en el conjunto global como cada detalle de la estructura. Podría haberme quedado horas sentado delante, mirando la estructura frente al mar, mientras el mar se contonea paciente.