Iglesia de Santa Mariña Dozo

Galicia, aunque para mí nunca tendrá la magia del sur, es ese lugar al que también suelo volver con cierta recurrencia. Fue en uno de esos viajes en el que, casi por casualidad, descubrimos este lugar tan mágico. No podría existir en Internet un lugar que se jactase de escribir y mostrar lugares que nos aportasen cualquier tipo de belleza, sin hablar de esta iglesia. 

En lo alto de Cambados, donde las piedras susurran historias antiguas al viento, se alzan las ruinas de la Iglesia de Santa Mariña Dozo, un templo abierto al cielo y al alma. Aquí no hay techo que oculte el infinito, ni muros que contengan el misterio del tiempo. Solo quedan los arcos góticos, quebrados pero orgullosos, dibujando en el aire un silencio sagrado que envuelve a quien se atreve a cruzar su umbral.

La energía de este lugar es distinta. No es solo belleza arquitectónica: es una presencia viva, un equilibrio entre la luz, la memoria y la piedra. Bajo los pies, las tumbas dormidas reposan en el suelo de tierra y polvo, como raíces de la historia que se entrelazan con la vida. Algunas aún decoradas con flores frescas, otras cubiertas de musgo, todas formando parte del alma del lugar.

El sol entra sin pedir permiso, iluminando los espacios con una claridad que no solo revela, también consuela. Y cuando el cielo se tiñe de azul profundo, las ruinas parecen elevarse, como si quisieran tocar algo sagrado que flota justo fuera del alcance. Santa Mariña Dozo no es un lugar para pasar, sino para detenerse. Para escuchar. Para sentir. Un rincón donde el pasado no está dormido, sino despierto y sereno, abrazando a quien se deja tocar por su magia tranquila.

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