Crassula tetragona

A cuento del filocalismo, que da nombre a este sitio, otra de las cosas que más me gustan, es coger mi 4x4 y adentrarme en la naturaleza. Me encanta disfrutar de la belleza de esos pequeños detalles que sólo encuentras en un entorno tranquilo y natural, alejado de la urbe y del gentío. En ese espacio me encontraba cuando descubrimos esta preciosidad, en un estado lamentable, probablemente por los estragos de una piara de jabalíes. Después del obligado rescate y de unas semanas de cuidados, se adaptó perfectamente al clima de mi comarca y así luce en estos momentos. 

Se trata de una planta decorativa originaria del sur de África que fue descrita por primera vez por Linneo en 1753 en su libro Species Plantarum y si bien su principal uso ha sido el ornamental, también han sido utilizadas como plantas medicinales.

La Crassula tetragona, con sus hojas puntiagudas en forma de pequeñas agujas verdes dispuestas simétricamente en tallos rectos, ofrece una estética casi escultórica. Su forma recuerda a un pequeño bonsái o un pino en miniatura, lo que conecta con el gusto filocalista por la proporción, el orden y la armonía natural.

Esta suculenta, sin floraciones llamativas ni necesidad de cuidados complicados, representa la elegancia de lo esencial. Es una belleza que no grita, sino que susurra, y eso encanta a quién sabe mirar. Tener una Crassula tetragona cerca es como tener un pedacito de naturaleza serena en el escritorio, en una repisa o junto a la ventana. El filocalista puede detenerse, observarla y reconectar con su sentido estético y emocional, como quién se toma un momento para leer un haiku visual.

Esta planta, por su forma lineal y geométrica, se integra muy bien en ambientes artísticos, estudios, ateliers o rincones de meditación. Aporta un equilibrio visual y emocional, convirtiéndose en parte de la composición del espacio, como si fuera una pincelada viva de verde. 

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