Betsubara

Dicen que en nuestro cuerpo habita un estómago secreto,
un rincón escondido donde no llegan la saciedad ni el juicio.
Es allí donde mora betsubara,
el susurro dulce que despierta cuando todo parece ya colmado.
Es el espacio reservado para el asombro,
para la caricia tibia de un postre inesperado,
para ese último bocado que no alimenta el cuerpo,
sino el alma.
Betsubara no entiende de lógica ni de medida,
es la rendija por donde se cuela la alegría,
la excusa tierna del corazón goloso
que siempre guarda un rincón para el placer.
Del japonés, pocas palabras existen con las que me pueda sentir más identificado. Aquél momento de saciedad absoluta, que se ve quebrantado por el momento dulce del postre y al que nunca soy capaz de renunciar. De la belleza de las palabras, que también alimentan (literalmente) el alma.